En un seminario escuche hace poco que cuando hace algunos años unos chilenos subieron a uno de los montañas más altas del mundo hubo un equipo de cómo 15 personas y sólo 2 llegaron a la cima del monte, algunos recibieron amputaciones por el frío e incluso hubo un fallecido en el camino hacia la cumbre del gran monte. Cuando entrevistaron a uno de estos hombres y le preguntaron si no se sentía mal ya que perdió algunos dedos de su pie y ni siquiera pudo llegar arriba, entonces el hombre se enojo y los retó ya que él si había llegado arriba, claro era parte del equipo uno más de un todo, cada uno de los valientes deportistas tenían algo claro en sus mentes tenían un espíritu de equipo si fracasaban, todos lo hacían, pero si ganaban, ganaban todos. Eran un equipo, una familia o una comunidad.
Esto me recuerda un poco a la iglesia cristiana en sus inicios muchos discípulos murieron a espada, otros apedreados o crucificados, pero siempre había alguien que podía pasar la verdad a la nueva generación, ni leones, filósofos, monarcas, emperadores, ni inquisidores pudieron con este superequipo no había deseos personalistas ni tiempo para frivolidades o discusiones doctrinarias, solo había una misión conservar la Palabra de Dios y pasarla a la nueva oleada de cristianos. Podía ser en una catacumba romana, en un barco o en una cárcel inglesa no importa, si uno lo lograba todos ganaban, si una alma veía la luz todos se gozaban (y nos gozamos).
De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan.
Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en parte.
1 Corintios 12:24-27
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